
A Mediados del siglo XIX, luego del surgimiento de las primeras unidades administrativas, como así también, diferentes polos de desarrollo que fueron emanando en este Chile juvenil – surgirá también en el mes de agosto de 1828 la denominación de puerto mayor que se otorga a la ciudad de Constitución. Aquella que hasta ese año era conocida como Villa Nueva Bilbao, nombre otorgado por Ambrosio O’Higgins en su calidad de Gobernador de Chile a fines del siglo XVIII. Tal acontecimiento permitió el zarpe de embarcaciones hacia diferentes puertos tanto del territorio nacional como así también del extranjero, lo que originó la necesidad de establecer una ruta a través de la cual se pudiera trasladar en forma oportuna y segura productos tales como cereales, maderas, legumbres, frutas, entre otros, desde el interior hacia la costa y viceversa. En aquel entonces el único traslado existente era aquel tirado por animales, pero tardaba mucho tiempo y generalmente no corría mejor suerte por el actuar de bandoleros y forajidos, que en ese entonces eran tan comunes y que sembraban el terror entre los estancieros de la zona. Fue de este modo que se comenzó a utilizar las aguas del río Maule como principal vía para acceder al puerto mayor.
Los primeros intentos corrieron por parte del talquino Cayetano Astaburuaga Valdovinos, quien generó la idea y además alcanzó consenso con la iniciativa de canalizar el Maule. El propósito era vaciar a este río, las aguas de los ríos Lontué, Claro, Ñuble y Perquilauquén. Este ambicioso proyecto tenía el único afán de aumentar el caudal de tal forma de permitir la navegación fluvial: “El proyecto vistobuenado por el director de obras públicas, don Andrés Antonio Gorbea, fue sometido a la aprobación del congreso y en 1847 se daba principio a los trabajos, que luego tuvieron que abandonarse porque se vio que el proyecto carecía de base y que con los 190,000 pesos que se habían presupuesto no había ni para empezar las labores”[1]
Aún sin la concreción de la obra antes citada, el Río Maule contaba por sí mismo con un gran potencial de navegabilidad, según los registros de la época su caudal tenía 72 kilómetros navegables, de este modo y para lograr el éxito del circuito, era necesario instalar un puerto fluvial que se ubicara en el interior del valle y que además tuviera la característica principal de tener conectividad con los diferentes lugares desde donde se originaban los productos o a donde debían recalar. Todas las miradas apuntan a que el mejor lugar para instalar un puerto fluvial, era aquel donde se producía la confluencia de los ríos Maule y Claro, en aquella zona se producía un remanso y existía un amplio territorio donde se podían instalar bodegas y casas que permitieran un mayor desarrollo. Toda la labor aquí centrada, comenzó a generar una importante actividad comercial, de esta manera el embarcadero de Perales permitió la salida de productos desde la zona central hasta el litoral.
La travesía realizada por el Río Maule se hacía a través de unas típicas naves denominadas faluchos. Estos navíos – que en algunos casos alcanzaban los 20 metros de eslora (largo) – eran construidos completamente en astilleros de Constitución. Y por sus características, se utilizaban principalmente para acercar los productos traídos por los barcos hacia el puerto de tal ciudad, ya que la dimensión de estos últimos hacía casi imposible que recalaran en el puerto principal. De igual manera, los faluchos eran los encargados de cubrir el trayecto entre Perales y Constitución. Se caracterizaban, dependiendo del tamaño, por contar con una o dos velas de lona gruesa y firme, sin embargo, su principal singularidad era que éstos poseían una quilla plana, lo que le permitía deslizarse de mejor forma por las zonas menos profundas del río. Don Gilberto Gofré, vecino del sector de Linares de Perales, quien falleció el15 de diciembre de 2012, a los 99 años de edad, fue uno de los últimos navegantes del Maule, y según su propio relato comentaba que estas naves eran construidas en madera de roble que se obtenía en las mismas orillas del río, “Nos demorábamos 2 días en llegar a Constitución, la corriente nos llevaba rapidito, pero después para subir nos demorábamos a veces hasta 4 días, se contrataban cholos (guanayes) que hacían nata en Constitución, para que tiraran el lanchón cuando se atoraba o dejaba de soplar el viento”.
Don Gilberto, según sus propias palabras, llegó al puerto de Perales huyendo de su hogar a la edad de 9 años, tiempo en el que habría sido recogido por don Santiago Fuentes, un comerciante y propietario de bodegas donde se almacenaban los productos, y quien lo albergó en su propia casa durante sus primeros años.
Los Guanayes
“Guanayes”, era el nombre que se le daba a los marinos encargados de cargar y remolcar lanchones y faluchos. Su nombre se asocia en forma peyorativa al ave migratoria también conocida como pato de mar o cholo, que anida en las costas chilenas. La figura de estos hombres – descrita por diversos poetas y escritores como Efraín Barquero, Jorge González Bastías o Mariano Latorre – son reconocidos como esforzados marinos, de piernas gruesas y fuertes brazos que cargaban sobre sus hombros sacos de cereales o harina. Se les podía ver también tirando a cuerda los lanchones río arriba cuando pasaban por aguas poco profundas o el viento dejaba de soplar; “Hombres solitarios que se echaban a la orilla del río a mascar tabaco y la rabia por la misteriosa vida que le tocó vivir”.
Jorge González Bastías, escribió una poesía que habla de este singular personaje, el que lleva por título El Viejo Guanay.
Me fui de aquí, señor, hace treinta años
y vuelvo sólo por mirar
estos cerros abruptos, este río,
estos caminos de mi mocedad.
Hay en mis ojos un encantamiento
y no me canso de mirar.
No está la casa donde yo vivía.
Los almendros están.
Las gentes de hoy tal vez no me conozcan
y pasaré y dirán:
Un viejo, un viejo… quién lo ha visto nunca?
y luego… nada más.
Pero cuando florezcan los almendros
y lleguen vientos ásperos del mar,
la tierra que labró mi brazo joven
quién era yo, dirá.
El río en sus corrientes del invierno
mi voz recordará:
Iza, vuelta, al trinquete, remo, suelta…
Y pudiera no recordar?
Sin lugar a dudas la navegación por el Maule se pudo concretar felizmente, no tan solo por la proeza del navegante sino que también por el sacrificio de estos hombres, quienes permitían con su esfuerzo que el viaje se pudiese concretar.
Estocada fatal
El importante polo de desarrollo que concitó por tantos años la navegación a través del río Maule, se vería mortalmente perjudicada con la construcción del Ferrocarril que uniría las ciudades de Talca y Constitución. Magna obra que comenzó a concretarse a fines del siglo XIX, específicamente en el año 1889. Si bien, es cierto que esta conectividad mayor fue un importante adelanto para la región, logró asestar una puñalada de muerte a los faluchos maulinos. Don Gilberto Gofré quien trabajó en los últimos años en bodegas de propiedad de don Juan de Dios Becerra y don Santiago Fuentes, atribuye a dos causas la caída del Puerto de Perales. La primera de ellas – y la más importante – sería sin duda la construcción del Ferrocarril. Y la segunda, una gran crecida del río Maule que embanco el lugar donde operaba el puerto, causando que todos los intentos que permitiesen el despeje para que volvieran a recalar las naves fueran infructuosos. Aun así, la navegación operó hasta aproximadamente el año 1925.
Modernización de un país
A Mediados del siglo XIX, el auge económico en el que se encontraba el país permitió que se realizaran diversas obras de adelanto y desarrollo, y quizás como un ego nacional, se enraizó la idea de crear una vía longitudinal que conectara al país a través de una línea de ferrocarriles que llevaran el crecimiento a los diferentes poblados a lo largo del país. En este sentido y luego de la construcción del ferrocarril que unía Santiago con Valparaíso, se procedió en el año 1855 a conformar la sociedad Ferrocarril del Sur. Esta compañía – que aglutinaba capitales públicos y privados – se hizo a la tarea de construir una línea férrea que llegara a las ciudades ubicadas al sur de Santiago. La iniciativa tardaría años en concretarse – y como generalmente los capitales privados no eran suficientes – las obras debían ser concluidas a través de las arcas fiscales, pues era un objetivo gubernamental que esta línea pudiera conectar las diversas ciudades. Con posterioridad a este empuje, la construcción se vería enlentecida por el inicio de la Guerra del Pacífico (1879-1883), sin embargo retomarían mayor fuerza una vez terminado el conflicto bélico, ya que los dineros provenientes del salitre permitieron darle nuevos bríos a esta iniciativa, fundándose incluso en 1884 un nuevo organismo denominado Ferrocarriles del Estado, el cual tendrá la tarea, no tan solo de administrar lo existente, sino que además continuará la edificación de la red ferroviaria que incluirá además el desarrollo de los diferentes ramales.
[1]Diccionario histórico, biográfico y bibliográfico de Chile, de Virgilio Figueroa, 1928.